Miro
a través de la ventanilla y observo, según el avión va llegando a Marrakech,
una cadena montañosa. Esas imponentes
montañas están, debido al color de nieve, tan blancas como la espina dorsal que
sustenta nuestros cuerpos. Agudizo la mirada
a través de mis gafas graduadas, y me sorprende sentir la enormidad de esas
moles pétreas entre los fértiles campos que las rodean.
Aterrizo,
y como es otoño, al bajar del aparato las caricias del viento besan mi rostro
tan suavemente como se posan las hojas de los árboles al caer de sus copas. Paso
el control de pasaportes sin problemas, y al salir del aeropuerto, un mini taxi
me lleva, entre el enloquecido tráfico de la ciudad, hasta la estación de
autobuses. Allí compro un billete y me subo a uno abarrotado que me lleva hasta
la ciudad de Demnate, la entrada al paraíso.
Nada
más bajarme del autobús, comienzan las bienvenidas, los abrazos, las sonrisas y
un leve olor a grandeza comienza a asentarse entre mis fosas nasales.
Según
me subo a la baca de la furgoneta que penetra diariamente al valle, ese olor se
vuelve más profundo y a la vez más suave. Y tras llegar a lo alto del collado,
cuyo descenso me lleva hasta el proyecto de Ag, una sensación de intensa paz
comienza a adueñarse de mi alma. Se hace de noche, y ya de lejos comienzo a
atisbar en la oscuridad mi destino, mi misión, mi elección.
Llueve,
hace frío y viento, y al llegar, unos seres diminutos comienzan a descender de
las montañas para recibirme. Al principio parecen sombras salidas de las
entrañas de la tierra. Son pequeños, están sucios, visten las mismas ropas
desde hace años, sus zapatos son sandalias rotas sin calcetines, y sus rostros
están llenos de mocos. Presto más atención, y al fijarme bien, me doy cuenta de
que son niños. Aquellos que viven y hechizan con su magia, tratando de mitigar
de esta forma las duras condiciones de vida en el valle.
Me
bajo de la furgoneta, y poco a poco comienzan a rodearme silenciosamente. Sus
enormes, oscuros y profundos ojos están muy abiertos, sus pieles se erizan por
el viento congelado, y sus cabellos son negros y rizados por la falta de
limpieza y por el frío. Al observarlos, el olor que sentí anteriormente se
vuelve más agudo y más fresco. Y de repente…, se produce el milagro.
En
mitad de la oscuridad de la noche una luz refulgente y cegadora ilumina todo el
valle. Miro hacia el cielo encapotado, que permanece tenebroso y amenazante, y
veo que esa luz no viene del espacio. Cambio el foco de mi mirada, y al bajar
la vista me doy cuenta de que la luz viene de esos niños, que a pesar del frío,
de la pobreza, del sufrimiento y de la dureza de sus vidas siguen sonriendo. Y
es entonces cuando finalmente me doy cuenta del significado de la grandeza…
Y
es que esos niños, con su sola presencia limpian mi alma, iluminan mi espíritu,
agudizan mis sentidos, traen paz a mi vida, y dan sentido a mi existencia. Y en esto consiste para mí la grandeza. En
tener el poder de transformar almas, de cambiar vidas, de traer luz y alegría
con su sola existencia. Por ello, cada
vez que les miro y les siento, ocupan con su humilde esencia, hasta el último
lugar de mi abotargada conciencia.
Entrada escrita por Diego Herrero
La grandeza de ellos y de los q la ven!!!.. <3
ResponderEliminarChronique d'un attachement et d'une amitié ;)
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