Levantarse en el valle del río Tessaout cualquier día
del año no deja de ser más que una rutina que mucha gente no le da importancia
pero me gustaría contarla.
Todos los compañeros de aG se han marchado bajo un frío atroz a otra parte del valle. Un vehículo les llevará hasta el puente y
después les quedará una hora de caminata con medio metro de nieve y temperatura
bajo cero. Hoy ya no nieva y parece que el sol quiere darnos una tregua. Tienen
que visitar un nuevo pueblo que les ha solicitado ayuda y nada puede detener la
marcha.
Son las 10:30 de la mañana y en Ifoulou quedamos
Yola, Irache y yo. Aprovechamos para terminal varias cosas en la Casa Comunal y hacer lo que luego fue una
visita muy especial. Salimos caminando hacia el pueblo en esa mañana apacible
pero muy fría, apenas 0 grados o algo así, porque no tenemos donde mirar la
temperatura. Los teléfonos tampoco tienen cobertura excepto en pocos puntos de un
pueblo dejado de las manos de Dios. Claro que, tampoco, se nos ocurrió traer termómetro porque, ¿a
quién le importa la temperatura aquí?.
Nada más salir de casa Hanini, aparecen los primeros niños para darnos los buenos días. Hoy no tienen cole porque hace
mucho frío, pero: ¿no estarán mejor bajo techo que pululando en un ambiente tan
hostil?.
Íbamos andando por el pueblo, cruzándonos con algún hombre que se dirigía a buscar su ganado y llevarlo a
terrenos donde pastar. Dos niñas con hacha en mano, caminan sonrientes monte
arriba a buscar leña, saben que su trabajo dará calor a toda la familia. Apenas
tienen 11 ó 12 años y ya cargarán a sus espaldas fardos de 40 kilos de leña sin
perder la sonrisan mientras que otros niños bajo el dintel de sus puertas miran pasar el
tiempo.
Hemos llegado a la humilde casa de Tuda hecha de
adobe y paja. Nos recibe con una gran sonrisa y nos acompaña a una sala llena
de alfombras, no tarda mucho en traernos té y mantequilla de cabra. Nos
sentimos felices y agradecidos porque lo que tienen lo están compartiendo con
tres desconocidos y ésto en nuestro mundo sería impensable. Tuda nos pide 10
minutos para terminar de comer con su familia ya que parte de ella se va a
trabajar muy duro: dos de las niñas mayores se van a por leña al monte y uno de
los hombres a llevar el ganado a pastar y no volverá hasta media tarde.
No sabría determinar cuánto tardó en venir a nuestro
encuentro Tuda, porque aquí el tiempo no importa, le acompañan dos mujeres y tres
niños de muy corta edad. Nos sentamos todos alrededor de esa pequeña mesa
compartiendo pan, mantequilla y té. Entre
asustados, incrédulos y agradecidos iniciamos risas y alguna que otra palabra
acompañada de gestos buscando entendernos. No hace falta mucho más para que
buenas sensaciones afloren embargando el alma y queriendo que el tiempo se
detenga aun más, si cabe.
Un rato más tarde nos indican que les acompañemos,
entramos en una pequeña habitación, solo dos alfombras, dos cojines y un viejo
y rudimentario telar junto al que se reúnen las mujeres para matar el poco
tiempo que les queda a lo largo del día.
Yo me siento en una esquina, siempre en un segundo
plano. El hecho de que permitan entrar un hombre en su exclusivo “club” me
llena de felicidad, contemplo todo con gran admiración. No tardan mucho los
niños en sentarse a mi lado y pronto iniciamos juegos y sonrisas. Al otro lado
las mujeres trabajan en el telar y nos muestran su trabajo.
Parece mentira pero el tiempo pasa sin darnos cuenta
y tenemos que marchar sin antes agradecer de corazón la hospitalidad de una
gente que poco tienen pero lo comparten.
No quería marchar de ese lugar, según nos alejábamos
mi alma lloraba en silencio, un virus había entrado por todo mi cuerpo y ese
virus solo se cura volviendo a este maravilloso valle.
El día continúa pero: ¿a quién le importa lo que
pasa en el valle del rio Tessaout?
Impresiones de Félix, uno de los voluntarios asistentes al último Campo de Cooperación y Turismo Solidario